Que serie tan grandiosa, por muchas críticas que haya recibido por esas últimas temporadas. Reconozco que la última temporada quedaba un poco pegote, pero aún así, a mi Lost me parecía y me sigue pareciendo una serie maravillosa.
Porque entre tantas comedias y dramas televisivos Lost vino como un soplo de aire fresco para renovar un género agonizante en la televisión como era la ciencia ficción. Porque en un mundo frío y vulgar como el actual, Lost nos ofrecía una auténtica aventura, tan fantástica, alucinante y estimulante como creíble. Por esos impagables detalles geeks que hacían las delicias de todos los tecnócratas y conspiranoicos. Por los números chungos 4, 8, 15, 16, 23 y 42. Por las escotillas misteriosas y los hombres que pulsaban una tecla para evitar el fin del mundo. Por los osos polares en islas tropicales. Por el efecto Casimir y los viajes en el tiempo. Por los otros, que eran malos pero decían ser los buenos y te dejaban con el culo torcido. Por Charlie, Kate, Sawyer, Locke, Juliet y Desmond. Por hacernos idear mil y una teorías, a cada cual más increíble que la anterior. Porque en cada temporada morían cuatro o cinco protagonistas, y eso mola. Por las estaciones de la iniciativa Dharma. Por las paradojas espacio-temporales protagonizadas por conejos. Por Life and death de Michael Giacchino. Por el «not Penny’s boat». Por los flashbacks. Por los flasforwards. Por los vídeos de iniciación del doctor Chang. Por la adorable risa de Elizabeth Mitchell. Por la lista de greatest hits de Charle Pace. Por la carta de James Ford. Porque pecas en inglés es freckles. Por la constante de Desmond Hume. Por el «tenemos que volver, Kate». Por todo eso, y por más… namaste.
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